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sábado, 9 de febrero de 2013

DJEMAA EL FNA-CAFÉ LA FRANCE. CRÓNICAS MORISCAS DE UN CRISTIANO VIEJO DE LAS MONTAÑAS DE LEÓN



Durante más 25 años he sido fiel a una visita ineludible en Marrakech, el Café la France. Existen en la villa otros muchos cafés, algunos de gran lujo y escogida clientela, para mi el ideal es La France. Tengo que decir que el trato del personal hacia un servidor  siempre ha sido correcto y afectuoso, en honor a la verdad estoy un poco enchufado, pues los propietarios son contraparientes de mi mujer y en los países árabes al igual que en España ya se sabe: primero se favorece a la familia, segundo los amigos de la familia y parentela lejana, después a los amigos de los amigos y así hasta el infinito.  
Situado en el extremo Este de la plaza de Djemaa el Fna, se constituye como el lugar más idóneo para escudriñar el bullicio de tan especial agora, sobre todo al atardecer cuando las Halkas (grupos en corro) empiezan a formarse y el humo de los figones se eleva formando una espesa cortina que desdibuja a la luz del sol poniente los contornos de las cosas y de los casos que aquí ocurren. Aparentemente nada especial tiene el lugar. En las fotos de los años treinta durante la ominosa presencia francesa, ya aparece el Café la France en  las postales color sepia de la medina. Presentaba entonces planta baja y azotea de barro, sobre la cual en los años cincuenta- sesenta se levantó otro piso y una hermosa terraza panorámica. Acudo todos los jueves por la tarde. Entro a la medina por Bab Dukala  (la puerta de Dukala) y me dirijo a Mul-Ksor , el corazón de la medina, donde ese día y desde hace siglos se celebra un musem (romería). Es raro ver pasar algún Nsara (cristiano) por este lugar. Me siento en el  suelo a descansar junto a una de las improvisadas Halkas que se forman alrededeor de la ermita del santo. La Halka está compuesta en su mayor parte de mujeres y niños que vienen a pedir al marabuto la baraka y a consultar a las suafas (videntes) sobre los problemas que las agobian: maridos aficionados al majía (orujo de higos), el precio de los alimentos, de donde saldrá el dinero de la boda de la hija, vamos lo normal.
Dos de las suafas más veteranas: Lala Malika y Lala Rashida, son conocidas mías y entre cada tirada de cartas y fundición del estaño, que esos son los medios que utilizan para adivinar el futuro, nos contamos los últimos chismes de conocidos y extraños. Últimamente andan las mujeres algo preocupadas, los barbudos, esos del dólar en la frente, la marca de muy rezadores y beatos, hacen visitas esporádicas que asustan a la clientela, dicen que esto no es más que superstición mujeril, sacadineros y herejía contra el santo Alcorán. Los muy hipócritas incluso se han atrevido a levantar la mano contra la tumba del wali (santo) que protege Ksor y hablan perrerías de los Sebatu Riyal (los siete santos varones que guardan con su seráfico recuerdo las puertas de la medina de Marrakech). Me uno a mis amigas en improvisado plegaria para pedir a Dios y al supremo patrón de la medina: Sidi Bel Abbés, que nos libre de semejante gentualla, y a ellas les permita seguir ganándose la vida honradamente con su industria, el brujeril oficio que ellas practican ni se mete con nadie ni a nadie hace daño. Dejo Ksor y me dirijo al Souk Semarin (el gran bazar), entro en un río de gente que me empuja hasta la plazoleta de  Ragba Kadima y de aquí a Kanaria, justo a la salida o entrada de Kanaria, según se mire, aparece el Café la France. El establecimiento tiene dos partes bien diferenciadas: la planta baja, lugar mayormente ocupado por los marraksies, todos varones, aun está muy mal visto el alterne de mujeres por los carfés, aquí se pasan las horas consumiendo café y fumando. Siempre me siento en la misma mesa en la planta baja, junto a la columna central, tomo mis notas y converso con los amigos: un maestro de primaria, un profesor de literatura,  un anciano cristiano de nación belga, excelente dibujante y mejor conversador, un vendedor de cigarrillos americanos; cuando no hay tema a debatir contemplamos el tráfago  de la plaza y el gran bazar. De vez en cuando una horda de gauris nasarani (extranjeros-cristianos) pasa dirección a la escalera del fondo que conduce a la terraza panorámica, por decirlo así, la zona fina del Café la France. Al que visita por primera vez la Plaza de Djemaa el Fna le aconsejo que suba a la terraza de La France a las siete de la tarde cuando las halkas ya están formadas, el sonido de los atabales, tambores y chirimías de los Gnawa lo llenan todo, los que viven de contar sus historias tienen a su público rendido, los fakires beben agua hirviendo, los Aissaouas han dispuesto sobre el suelo las cestas con las oscuras cobras y  hermosas víboras del desierto. Sin embargo, a esa hora el mayor espectáculo no viene de la plaza, se produce como una explosión repentina en todo el ámbito de la medina de Marrakech. Es la hora de la oración, en Yemaa al Harbus, la mezquita situada frente al Café la France, comienzan a entrar los fieles,  llegó el momento del Asr, la oración justo antes de la puesta del sol.
La voz gutural de los imanes marraksies se eleva sobre la medina llamando a la oración “La- u- ajbar- la ilaha la ila la” proclaman la grandeza, magnificencia, unicidad de Dios y la bendición del profeta Muhamad. Las llamadas a la plegaria -Haia a lal fala-Haia a lal shala- se suceden una y otra vez y así en más de trescientas mezquitas, convirtiéndose unas en el eco de las otras. En ese momento el turista  se repliega en si mismo, se percata repentinamente que está inmerso en un ciclo cultural distinto al suyo, un cierto temor respetuoso se apodera de su ser. Más o menos el mismo estremecimiento que sintió el viajero alemán  Jerónimo Munzer en el s. XV,  cuando entraba en las poblaciones moriscas de Aragón y escuchaba por primera vez desde las torres de las aljamas de los mudéjares españoles la voz del último resto del  glorioso Islam Hispano.


 Desde el Café la France vista de la entrada al Zouk Semarin (Gran bazar). (Foto Siro Sanz)
Djmaa el Fna, al fondo la mezquita Jemaa al Harbus situada enfrente del Cafe la France. (Foto Siro Sanz)

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