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sábado, 3 de mayo de 2014

DE CISTIERNA A CÓRDOBA. UN VIAJE QUE SE DEMORÓ 54 AÑOS




 Al igual que el romano Cincinato, el pasado 15 de abril me encontraba en una finca  a  punto de comenzar la arada, cuando recibí una llamada telefónica de dos personas que querían hablar conmigo. Abandoné la tarea y al momento se personó en la finca  una pareja que se dirigió a mí con el inconfundible acento de las tierras donde medra el olivo y la clara luz del día ensancha el espíritu. 
Se presentaron como Manoli y Joaquín, por encima me explicaron que alguien del Ayuntamiento les aconsejó que preguntasen por mi. Al momento reconocí en Manoli a la señora que la noche anterior durante una conferencia impartida en el Instituto Biblico me había preguntado por D. Avelino, nuestro párroco.
Habían llegado el día 14  a Cistierna con la intención de recuperar los restos del abuelo de Manoli,  D. Antonio Gandía, natural de Pozoblanco, enterrado en el cementerio de Cistierna  en 1960.
La familia de Manoli, en concreto tres hijas de Antonio: Rafaela, Antonia y Ascensión subieron al Norte a finales de los años cincuenta acompañaban a sus maridos con la intención de trabajar en la entonces pujante industria minera de la Cuenca de Sabero- Cistierna. Gentes valientes que dejaban atrás la patria chica cordobesa, sus hogares y familia para buscar un futuro mejor en aquella España recién salida de los peores momentos de la posguerra. Vivían todos en las Colominas, entonces un barrio minero, transformado hoy día en pequeñas casas unifamiliares. Mientras tanto allá en Córdoba, su padre, pastor en una finca de Obejo, enfermó de un tumor en el cuello con un pronóstico fatal. En Cistierna una mujer entendida en hierbas y deshacer aojamientos, les explicó que en la márgen derecha del río Esla, en el pago de la Jagaríz crecían unas hierbas que curaban el cáncer. Desesperadas bajaron por su padre a Córdoba, y con Antonino se vinieron a León. Todos los días pasaban por el puente de hierro hacia la fuente de la Jagariz a por aquellas hierbas sanadoras. Nada consiguieron con el rústico remedio, a los veinte días de su estancia en la villa montañesa su padre falleció. Recibió cristiana sepultura en verdadera tierra, lo acogió el recién inaugurado cementerio municipal, trasladado por insalubre y pequeño desde las cuestas del Vallejo hasta el Valle de Arrón.  Hijas y yernos a los pocos años partieron a su Córdoba natal, dejaban atrás años de esfuerzo y los restos de Antonino. La memoria y el lugar que ocupaba su tumba desapareció con su marcha. Pasó el tiempo y hasta la huella de la tumba desaparecío bajo el verde tapín de 54 primaveras. Lo que nunca se perdió fue el recuerdo del padre que pasarón a sus hijos, al menos nunca se olvidó de él su nieta Manoli, que desde la edad de la razón abrigó el deseo de recuperar los restos del abuelo. Con esa intención viajó con su marido al Norte la pasada Semana Santa, después de hablar con el párroco lo hicieron con nuestro Alcalde D. Nicanor Sen y otros funcionarios del Ayuntamiento. Ni siquiera había documento certero y fiable del paradero de la tumba, sólo un papel con las filas de tumbas en tierra dónde se podía encontrar su abuelo. Cada fila tenía cuatro tumbas, en una de las filas se notaba la ausencia de la cuarta tumba, faltaban los signos externos: peralte del terreno, lápida o cruz; ese espacio se encontraba junto al panteón de mis antepasadolos Sagüillo Valbuena. 
Acostumbrado a investigar en archivos y bibliotecas, les comenté que el documento con las filas de las tumbas, aunque no con los nombres de los fallecidos, era un documento precioso, pues por deducción se podía llegar a descubrir el lugar. Incluso junto al panteón de mi familia se percibía la marca de una tumba. Joaquín había tenido la misma intuición, y los dos coincidimos en el mismo lugar. Durante el día 16 ayudados por un buen samaritano, cavaron sin ningún resultado, me llamaron y  les animé a que perseveraran. El día 17, Jueves de dolores, reanudaron la búsqueda y a las 11 de la mañana aparecían los primeros indicios; restos de la caja y bajo ellos, un esqueleto. Manoli observaba los restos humanos con sumo cuidado, conocía por sus tías y su madre que el cáncer había afectado no sólo el cuello también el cráneo, y esa fue la prueba definitiva. El día de Viernes Santo quedamos para despedirnos. Manoli estaba muy alegre pues había cumplido con su abuelo y con toda la familia. Joaquín no se cansaba de ponderar la hospitalidad y el buen recibimiento en el Ayuntamiento de Cistierna, me comentaba que incluso el Sr. Alcalde D. Nicanor, había acudido con ellos al cementerio para procurarles su apoyo y ayuda. Insistía en la dificultad y burocracia inutil que estos trámites acarrearían si se hubiesen demandado en Andalucía.
Vaya desde aquí nuestro reconocimiento para esta pareja cordobesa, en espacial para Manoli que atravesó España en la Semana Santa de 2014, con la intención de recuperar la memoria de su gente y para que el olvido no cubriese definitivamente la tumba del abuelo Antonino, acogido temporalmente entre nosotros y en el regazo de la santa tierra del viejo reino de León; ahora, por fin descansa definitivamente en paz en su Córdoba natal.

Siro Sanz
La minería era áun en los años cincuenta y sesenta la principal fuente de riqueza de Cistierna. (Foto: Siro Sanz)
Puente de hierro que conduce al pago de la Jagariz y por donde pasaba el ferrocarril minero. (Foto: Siro Sanz)

 Cementerio de la villa y Concejo de Cistierna. (Foto: Siro Sanz)

Junto al panteón de los Sagüillo Valbuena aún se percibe en contraste con el verde tampin la tierra removida  del lugar que ocupaba la tumba de Antonio Gandía. (Foto: Siro Sanz)

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