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lunes, 23 de febrero de 2015

Resumen Conferencia 20 de Febrero 2015. INSTITUTO BÍBLICO Y ORIENTAL SEDE CISTIERNA. San Pedro de Orzales. Del hábitat castreño al hábitat campamental romano. Eutimio Martino- Siro Sanz



Augusto, según consigna Floro, historiador de la guerra contra cántabros y astures: “Después de someterlos, desconfiando del abrigo de los montes, en que se refugiaban, les ordenó que habitasen establemente los campamentos romanos, que se hallaban en lo llano”). Dión Casio dice lo mismo: (Agripa los sacó de los montes). El “in plano” del texto latino ha sido interpretado generalmente con mucha ligereza atribuyendo la fijación espacial de la tribu en las llanuras de León. Pudo ser en algunos casos, sin embargo en nuestra tierra, rara es la población actual en la Montaña de Riaño que no tiene cerca un alto con el nombre de: Corona, Castillón, Castiello o La Peña el Castro. Los campamentos, de asedio muchos de ellos, habrá que buscarlos en esas poblaciones. Una de las necesidades más importante para la vida en los castros serían la cercanía al agua; en muchos casos el agua de la que viven bautiza, da nombre al castro, así Lacobriga, (Carrión de los Condes) es la fortaleza del río. Las actividades necesarias a la vida en esos emplazamientos de altura serían: la caza, el pastoreo, a veces la guerra y una mínima agricultura. La existencia de pastoreo en clima tan riguroso como el nuestro, requiere del almacenamiento de alimento para las reses, actividad por otra parte atestiguada en textos clásicos entre los celtas de Las Galias (Julio Cesar: De bello Gallico); quizás en las antiguas palabras zamazo y coloño permanece el recuerdo de esa actividad recolectora, en concreto de hoja para el invierno. Estas gentilidades cuando descienden al campamento romano ¿qué encuentran?: lo primero, una red de caminos; acceso al agua, en ocasiones canalizada, traída hasta el campamento; un comienzo de la agricultura con técnicas, aperos y cultivos nuevos. También encuentran un culto romano, que se superpone al prerromano, más tarde cristianizado. Existe un caso paradigmático en la Montaña, donde todos estos elementos descritos anteriormente: castro, campamento, culto prerromano, romano, cristiano, además de caminos y agua aparecen reunidos en un conjunto  que ha resistido dos milenios, hablamos de San Pedro de Orzales en Tierra de Sajambre. Bajo la Corona de Monarga, castro que recibe el nombre de un arroyo inmediato, aún se yerguen las venerables ruinas de San Pedro la antigua iglesia de Ribota, orientada su cabecera hacia una imponente cascada de más de 175 metros. El nombre de S. Pedro pudo haber sido aquí vaciado en el nombre del dios romano Jupiter. Además de soberano de los dioses, Júpiter es el dios de la lluvia, como de los demás fenómenos atmosféricos, popular como tal en el mundo romano y por lo mismo así tratado constantemente en el lenguaje (tonante, hacedor de la lluvia, inductor de la lluvia), mientras que nominalmente pudo conectar con el de S. Pedro (Diu Petri), y no solo nominalmente, siendo S. Pedro el principal de los apóstoles y santo acuático a más no poder.  En un libro presentado el pasado verano en Ribota sobre San Pedro de Orzales se presenta un documento Alto Medieval muy importante para Sajambre,  fechado el año 876, acerca de una villa situada en el lugar llamado Niajio, que los autores interpretan por Niajo, una montaña en el mismo Ribota.
La identificación no suscita en nosotros ninguna duda razonable a pesar de cierta “precisión” así llamada y publicada en un Blog que se puede visitar en el muro de la Revista Comarcal. Opinamos que  bajo el aspecto de un formalismo científico parece latir cierta tendencia en esa "precisión".
No solo el nombre de por sí raro permanece; incluso el propio deslinde que se expresa en el documento también se reconoce hoy por un topónimo en alto y su cordal que baja al río Sella y la vía paralela a este río que cierra hacia Ribota, paralela también a Niajo.
El deslinde de la villa se confirma también por la otra cara, igualmente pronunciada, que es la de Vierdes-Pio. En el plano de las consideraciones formuladas contra esta identificación preferimos no entrar por juzgarlo innecesario. Baste solo una observación: frente a que no solía asignarse el nombre de las montañas a una villa, decimos que no todas las denominaciones van a responder a un patrón y en concreto sabemos que figura documentalmente una villa llamada Palliares (Pajares) con: pastos, brañas, montes, fuentes (año 1184, LARRAGUETA, Documentos de la Catedral de Oviedo).



 San Pedro de Orzales bajo la Corona de Monarga. (Foto: Fundación el Arcediano)

 San Pedro de Orzales frente a la imponente cascada del río Agüera que a partir del salto se bautiza con el nombre de San Pedro (Foto: Fundación el Arcediano)

 Caminos entre la iglesia y la cascada. (Foto: Siro Sanz)

Detalle de uno de los caminos entre la iglesia de S. Pedro y la cascada. (Foto: Siro Sanz)

lunes, 16 de febrero de 2015

CRONICAS LIBRESCAS: “EL COLOR DE LAS HAYAS” DE EPIGMENIO RODRÍGUEZ ( TARANILLA-VALLE DEL TUEJAR) Artículo publicado en la Revista de Riaño Nº 47 Siro Sanz Garcia





Cuando caminamos por los Montes de Riaño investigando castros, calzadas, o las tachuelas perdidas de una cáliga romana el ilustre Jesuita P. E. Martino,  me pregunta de vez en cuando acerca de mis lecturas. Si  comento que leo una novela siempre me responde lo mismo: -“ Siro, novelas, no verlas” y añade recomendaciones a lecturas más edificantes o provechosas en lo profesional. En esto yo no le hago mucho caso, caigo una y otra vez en el inveterado vicio de leer novelas, la última la de nuestro contrapariente y paisano Epigmenio Rodríguez de Taranilla.
Epigmenio es persona viajada y de mucho mérito.  Ha dedicado la mayor parte de su vida a la enseñanza, desarrollando alguno de sus cargos en el extranjero. Cuando contactó conmigo para presentar su novela en Cistierna, argumenté que había escogido a la persona menos adecuada, alejado como estoy del centro cultural provincial y no digo de los más distantes: Valladolid o Madrid; mi opinión por lo tanto no puede ser otra que la de un rústico pueblerino, con ínfulas de ilustrado.  El día de la presentación intenté transmitir al autor y  a la concurrencia mi percepción de la novela, leída con avidez en dos días, pero ya  digo, desde una visión disminuida y como atisbando desde la gatera la trascendencia de la misma.
No soy nada original al notar que la de Epigmenio me ha recordado otras novelas de ambiente rural: Las Ratas, La familia de Pascual Duarte, Furtivos, ésta última llevada magistralmente al Cine por Borau. En todas ellas lo rural, el campo, la caza, la depresión económica, la incultura, el tremendismo español desatado en violencia incontenible, el sometimiento a los que señorean las tierras, se erigen como protagonistas. De todo ello hay en “El color de las hayas” aunque con matices.
Depresión económica: la pobreza no caracteriza la novela,  los rebaños de Braulio se multiplican por el aumento de los pastos y la tierra disponible, el trato del ganado en las ferias alimenta y viste a la familia; violencia: existe, pero dosificada magistralmente durante  muchas páginas, las menciones escatólógicas se describen de una forma que mueven a la hilaridad. El sometimiento: no es a un señor feudal, lo es a la figura del padre, violenta y autoritaria, eso si, mientras puede y tiene fuerza para gobernar sus rebaños e hijos. Los personajes de la saga familiar están descritos de una pieza, no les falta detalle, uno se los imagina en movimiento, les escucha hablar, les ve actuar y penetra en los rincones y esquinas más oscuros de sus vidas. El protagonismo absoluto lo tiene una familia patriarcal, la de Braulio. Su autoridad por ley de vida será discutida cuando alguno de los hijos varones se siente capaz de hacerlo.  En una especie de teofania pasional, se manifesta el sexo a lo natural, otras se intuye contra natura, entre tanto ganado ya se sabe…, egoismo, celos, divisiones fraticidas que conducen a la muerte de varios protagonistas.
La novela está muy bien estructurada, con una trama policíaca que parte de la infancia de los hijos de Braulio y va transitando por la juventud de los mismos hasta el desenlace personal y humano de los mismos, ya en la edad adulta. Una auténtica tragedia, con matices de epopeya griega, cuando Fini, la matriarca, como loba herida gime por la muerte de sus hijos. A veces la narración se convierte en tragicomedia de tintes negros, pero  permitiendo siempre una mirada piadosa que humaniza a los personajes, náufragos en una aldea abandonada.  
En esta novela asistimos a la agonía de una familia, agonía en el sentido etimológico que tiene esa palabra: lucha contra la naturaleza, contra ellos mismos y sus demonios personales; guerra contra todos. Hay que reconocer a Epigmenio el gran conocimiento que posee sobre los entresijos sociales y económicos de las gentes que aún resisten en la Cordillera Cantábrica. Describe magistralmente la desestructuración de una familia patriarcal que puede habitar o habitó  cualquiera de los pueblos de la montaña leonesa. Me atrevo a intuir que esa desestructuración, puede venir de la desaparición a causa de muerte súbita de la institución que gobernó hasta tiempos recientes la vida de nuestros pueblos: el concejo leonés; gentes apartadas de la tradición religiosa, gentes sin Dios. Me imagino que algunos lectores de este Blog, ellos mismos hijos del concejo leonés, saben a que me refiero. Muchos de los abusos de Braulio, de tantos Braulios, en tantos pueblos en el ámbito del Reino de León, se han producido porque el Concejo con su política apaciguadora y ordenamiento de la vida vecinal está en vías de extinción, sin fuerza alguna para detener el expolio al que algunos particulares someten no solo a las tierras comunales también las privativas de aquellos que abandonaron los pueblos en las grandes migraciones del siglo XX.
La novela describe un mundo que se desvanece delante de nosotros, durante la generación actual.
Casi al final del libro, aparece la figura de Justo, el nombre es un hallazgo, un hombre justo que llena de esperanza la aldea, a pesar de final tan brutal. La novela nos hace caer de bruces en el suelo del hayedo, para sentir los aromas de la tierra húmeda y la hojarasca en descomposición. Se huele la vida que a pesar de tanta muerte  nace de la podredumbre y de la descomposición de lo viejo.
Escribió Dante que el tiempo de Adan y Eva en el paraíso solo fue de 6 horas, el tiempo que dura el amor. ¿Cuánto tiempo han podido gozar en el paraíso los hijos de Braulio?
Le deseamos a Epigmenio, lo que James Joyce vaticino para su novela Ulises: “aquí dejo material de crítica para 100 años”. Material para los críticos y sobre todo un guión de cine espectacular; falta hace, debido a los  impuestos que ese Atila que tenemos por ministro del ramo ha cargado sobre las actividades culturales.
Portada de la novela: EL COLOR DE LAS HAYAS, de Epigmenio Rodríguez